A la vista de lo que en la orilla se ve, bellísimas flores, el río resplandece. Quiere tu mano un cuerpo que muere, los arañazos son represas que dan vida a lo que se oculta en su átomo. Eso es, querida, el tiempo, el amor, el destino. ¡Arriba la cabeza del amor, el amor!
Y feliz el que ama como un griego; el amor verdadero florece en el cielo. Los ríos murmuran a su paso, en auras suaves, y como un dios, su belleza encadena el fusionar lo diverso, todo en Él; y ya del aire, donde sólo hay espacio y nunca estrago, quedamos desnudos.
Así el amor te abraza: suave azote de guerreros, del alma en la selva se siente el deseo, y sabrás, por este calor que te hiere, que en amores yo he muerto, mi vida en tus brazos contra el viento, entre los árboles en flor.
Pero, ¡ay!, el amor se lleva consigo lo que más quieres, siempre. Es bueno, un día, perdido en el olvido, para vivir el tiempo que nunca vuelve, como la muerte en el fuego.
- Tomás de Iriarte